La igualdad de oportunidades, primer desafío del desarrollo humano
( Creces, 2008 )
Sean mis primeras palabras para agradecer la invitación que me han extendido los organizadores de este Encuentro Internacional, organizado por el Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea. El tema no puede ser más trascendental, frente a los tremendos cambios que la vorágine del conocimiento nuevo está produciendo en la organización y forma de vida de la sociedad humana. Si bien es cierto que como consecuencia de ellos, el hombre hoy en día está viviendo más y mejor, no es menos preocupante el incremento de las desigualdades, que atenta contra el respeto y la dignidad humana. No podemos iniciar el siglo XXI impávido frente a lo que está ocurriendo. En alguna forma hay que lograr que la fantástica capacidad del hombre de descubrir lo nuevo, se oriente hacia su desarrollo integral, y que los beneficios logrados, algún día alcancen a todos y cada uno de ellos. Alcanzar estos objetivos, es sinónimo de alcanzar la paz y la justicia.
Mi contribución en este encuentro no es la del Sociólogo, ni tampoco la del Psicólogo, de modo que mis palabras no van a ayudar mucho desde estos particulares puntos de vista. Originalmente soy médico y me considero además biólogo, y por lo tanto sólo puedo contribuir desde ese particular punto de vista, y es lo que trataré de hacer y mostrar en esta ocasión.
Pienso que la justicia y la paz que buscamos, tiene que ser la consecuencia de una actitud reflexiva y activa, con los pies puestos en la tierra. Pienso que para lograr la paz y la justicia, se requiere de una condición previa, cual es la igualdad de oportunidades. Dicho en otra forma, es la igualdad de oportunidades el punto de partida que va hacer posible tanto el desarrollo humano, como la justicia, y en definitiva la paz y la convivencia armónica. Esta tarde, quiero analizar las posibilidades de alcanzar esta meta, fundamentalmente desde el punto de vista biológico. Desde ya pido excusas por mi particular visión, que acepto que puede ser sesgada.
La utopía del hombre nuevo
A lo largo de la historia los filósofos, sociólogos, religiosos y políticos han estado buscando una sociedad en paz y justa, pero debemos reconocer que no han tenido éxito. Desde el punto de vista biológico, creo que su principal error ha estado en la idealización del ser humano. Por distintas vías han imaginado a un hombre nuevo, más humano, más solidario y más generoso, que podría constituir las bases de un nuevo orden. Pero ese hombre no ha llegado, y no creo que llegue. Es y seguirá siendo una utopía. Es que nuestros ancestros biológicos impiden cambiar al hombre, ya que la evolución, de producirse en el sentido correcto, sucede en otra dimensión del tiempo.
Si para los creyentes (entre los que yo quiero estar), el hombre fue creado por Dios, en alguna forma parece habernos ligado a las otras especies de su creación. Mucho de nuestros comportamientos están ya presentes en las especies animales que nos han precedido. Los estudiosos del comportamiento social de los animales superiores, como el chimpancé, el orangután, el babbon, los lobos, etc., no dejan de sorprenderse al encontrar muchas similitudes con el comportamiento humano. Las estructuras de la familia, los parentescos, la división del trabajo, las estructuras jerárquicas de clase, las actitudes durante el cortejo, el tratamiento diferencial de los distintos componentes del grupo, los extraños rituales, de dominancia y sumisión, así como la competencia y/o colaboración en el reparto de los alimentos, o la distribución del espacio vital y la vida en pareja. Estos y otros comportamientos, son muy semejantes a los de los seres humanos.
Es que nuestro comportamiento, como también el de ellos está regido en buena parte por el instinto. Ellos son mandatos inscritos en nuestros genes, que en algún tiempo remoto fueron fundamentales para la preservación de las distintas especies, incluyendo también al hombre. Creo que la construcción de la paz no puede ignorar estos ancestros que están presentes en el ser humano y que continuarán estándolo.
La inteligencia y los instintos
Con todo debemos reconocer que hay una gran diferencia entre los humanos y el resto de los animales, cual es el desarrollo de la inteligencia. Gracias a ella, tenemos la posibilidad de controlar nuestros instintos. Los animales en cambio, deben obedecerlos ciegamente. El instinto de agresión, el instinto de sumisión, el instinto de dominancia, el instinto sexual, el instinto de territorialidad, o muchos otros instintos que no podemos negar que han sido y son útiles en la preservación de las distintas especies.
Pienso que nuestro comportamiento no sólo está influido por el aprendizaje, la tradición, los cambios históricos o las ideologías, sino también por los instintos presentes en el reservorio genético que pertenece a la especie. No podemos sostener que sean enteramente negativos, porque aún hoy son indispensables para preservación de la misma. Así por ejemplo, sin el instinto sexual la especie no se reproduciría, como tampoco podría estructurarse la sociedad si no existiese el instinto de poder, de dominancia o de sumisión y el instinto maternal.
Es aquí donde la inteligencia juega un rol fundamental, y es por ella que se ha podido ir organizando la sociedad en lo que llamamos la civilización, que no es otra cosa que la resultante de la organización que nos hemos dado para regular la expresión de estos instintos, y permitir así una mejor convivencia. La expresión sin límites de los mismos, agravado por la inteligencia, habría hecho imposible la convivencia. Es en este sentido que las Tablas de la Ley que recibió Moisés de manos de Dios, no son sino diez mandamientos que regulan la expresión de los instintos.
En la búsqueda de la paz, no debemos olvidar que los instintos están siempre presentes en nosotros, y con frecuencia vemos que estos efectivamente se expresan en comportamientos agresivos, belicosos o egoístas. Son los instintos ancestrales, que expresados masivamente, explican situaciones históricas trágicas, como las de Alemania nazi o las actuales guerras fraticidas en Yugoslavia, o muchas otras situaciones similares de nuestros tiempos y de siempre. Por otra parte, es la expresión de los instintos individuales los que impelen al comportamiento rapaz, la corrupción, la violencia, el crimen y también a las injusticias sociales.
Son estos los antecedentes que me hacen pensar que es utópico esperar que llegue el día en que el advenimiento del hombre nuevo, más bondadoso y más solidario, va a permitir la construcción de la paz. Tenemos que ser pragmáticos y la paz construirla con el hombre real.
La conciencia y el alma
Con todo, si bien es cierto que tenemos estas limitantes, también tenemos que reconocer que hay algo más fundamental que nos separa del resto de las especies animales. Ello es la "conciencia" y el conocimiento de ser uno mismo. Es decir, la capacidad de "conocerse a sí mismo". El animal actúa como un autómata, sin poder nunca llegar a examinarse a sí mismo, sin poseer "la conciencia de ser". Este proceso intangible, es diferente a lo que llamarnos inteligencia, y para él no se ha descrito ninguna ubicación en el cerebro. Sin embargo es una realidad. Es algo mágico o metafísico, y está más allá del conocimiento clásico de la ciencia. La inteligencia puede medirse por diversos tests, y es diferente de un individuo a otro. La conciencia no tiene medición. El hombre puede ser más o menos inteligente, pero no puede dejar de sentirse y analizarse a sí mismo. Probablemente ésta es la exteriorización de lo que llamamos "el alma o el espíritu".
Es tan evidente en nosotros la existencia del alma, que en diferentes formas ha sido reconocida hasta en las civilizaciones más primitivas. Desde los antiguos filósofos (Platón, Aristóteles etc.) hasta ahora, no se ha dejado de reconocer. Todas las religiones aceptan su existencia. Es el alma, o la conciencia, si así la queremos llamar, la que nos puede permitir abrigar la esperanza de que sea posible la construcción de la paz.
Para que ello sea posible, debemos tener presente lo señalado por Santo Tomás: “commensurata secundum mensura corporis" (cada cuerpo posee un alma a su medida). O dicho de otro modo, cada alma es diferente y en esa diferencia debiéramos buscar la unidad del propósito.
La creatividad y la individualidad humana
En nuestra búsqueda de la paz, tenemos que considerar la variabilidad biológica. Me refiero a la verdad obvia de que cada ser humano es una unidad y diferente a otro.
A veces soñamos constituir una sociedad perfecta e igualitaria, tal vez el modelo sean las hormigas. Algo semejante a "Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley. En ella, pareciera ser que todas se entienden entre sí y cada una desempeña un rol específico, sin que jamás se sobrepongan: la reina, las obreras, las policías, etc. Del trabajo común, vive armónicamente toda la colonia. Poseen un perfecto sistema de intercomunicación y para ello producen sustancias químicas para las cuales tienen receptores que no permiten errores de interpretación del mensaje. Todas parecen sentirse tranquilas, porque poseen un perfecto sistema de defensa frente a agresiones externas. No existen intereses creados y están dispuestas al sacrificio en un momento dado. Cualquiera de ellas es capaz de adoptar comportamientos increíblemente altruistas, al extremo de no importar la sobrevivencia del individuo frente a los intereses de la sociedad.
Sin duda que la sociedad humana es diferente. ¿Debemos pretender llegar a la perfección de la sociedad de las hormigas? y si pretendemos eso, ¿es posible? Mi respuesta es categóricamente negativa. No es deseable, ni es posible la perfección de las hormigas. Contrariamente a lo que la novela narra, creo que ello no llevaría a la felicidad humana, que es la que pretendemos lograr a través de crear la cultura de la paz.
Las hormigas son todas iguales y tienen un sentido de unidad y pertenencia absoluta, y ello esta dado porque todos los individuos de la colonia son exactamente iguales. Todos derivan de una sola reina fertilizada y por lo tanto genéticamente son idénticas. Si las hormigas tuvieran huellas digitales, todas serían iguales.
Los hombres en cambio, somos todos diferentes. Unos más altos, otros más bajos, unos rubios y otros morenos, unos inteligentes, otros lerdos, unos responsables, otros irresponsables, unos trabajadores, otros flojos. No hay dos hombres iguales, ya que cada uno tiene una carga genética diferente. Ella está contenida en 23 pares de cromosomas en todas y cada una de sus células. Cada uno siente su individualidad y jamás podrá alcanzar el grado de pertenencia de las hormigas. Ellas en conjunto, por el contrario, representan una unidad. En el ser humano, difícilmente se alcanzaría la felicidad, homogenizando lo que no es homogenizable.
Sin embargo, no todo es bueno para las hormigas. Su igualdad genética tiene un alto costo. No habrá nunca un cambio y desde un comienzo y por siempre (según lo demuestran los restos fósiles de millones de años), serán siempre inmutables hormigas. El hombre en cambio, por su variabilidad genética, está en una constante evolución y cambio.
Creo que en el caso del hombre, precisamente de las diferencias individuales, nace la riqueza del cambio y del progreso. Más aún, del esfuerzo e interés individual, depende el progreso de la sociedad humana. Si deseamos construir una sociedad más humana y solidaria, más justa, y con ello construir la cultura de la paz, hay que partir aceptando las diferencias individuales y más aún, entender que ellas pueden ser la palanca para avanzar en el progreso y el bienestar. Aparentemente ellas pueden ser una limitación, pero que por el contrario, son precisamente esas diferencias, las bases del cambio y del progreso. La continua búsqueda y la creatividad, son también elementos fundamentales de la felicidad y de la realización del ser humano.
Los sistemas sociales que se han tratado de organizar olvidando esta realidad, han llevado al estancamiento y al sufrimiento colectivo, ya que ante la imposibilidad de lograr la igualdad, se ha tratado de imponerla a través de la opresión. Los resultados, bien los conocemos.
Pienso que la individualidad y las diferencias, son entonces deseables y necesarias para el progreso. Es necesario saber sacar partido de ellas, para así llegar a construir la paz.
De todo esto se deduce que no es una sociedad igualitaria como la de las hormigas, la que tenemos que buscar, ya que el hombre es individual y esencialmente diferente uno de otro. Lo que si tenemos que procurar, es la igualdad de oportunidades, y frente a ella, los individuos la podrán aprovechar en mayor o menor grado según sean sus capacidades. Parafraseando el Evangelio "cada uno de nosotros ha recibido diferente cantidad de talentos, y es de acuerdo a ellos que debemos responder".
La igualdad de las oportunidades
La tarea a la cual tenemos que abocarnos es una: "tratar de alcanzar la igualdad de oportunidades". Si logramos acercarnos a ello, estaremos acercándonos a la justicia. A su vez, en la medida que la justicia esté a nuestro alcance, iremos consolidando la cultura de la paz.
Parece fácil enunciar esta tarea, pero otra cosa es lograrla. A lo largo de la historia de la humanidad, no creo que ninguna sociedad la haya alcanzado. Más aún, en los tiempos actuales, caracterizados por la verdadera revolución de los conocimientos, lejos estos de contribuir a mejorar las igualdades de las oportunidades, parecen haber aumentado las diferencias. Es cierto que por la implementación de los nuevos conocimientos, hoy el hombre vive más y mejor, pero también es cierto que nunca ha habido tanta diferencias como hoy. Un porcentaje demasiado elevado de la humanidad, carece casi absolutamente de oportunidades, mientras otros parecen tenerlas todas.
Las diferencias parecen iniciarse ya desde al momento de nacer o aún antes y a partir de entonces las oportunidades comienzan a ser diferentes. Bien sabemos que el hijo que la madre lleva en sus entrañas, ya está en riesgos de ser influido por factores negativos, propios del medio ambiente. En ello influye tanto la salud y nutrición de la madre, como el impacto también de substancias extrañas, como el tabaco, el alcohol, las drogas, medicamentos, etc. Por estos factores negativos, el niño puede nacer dañado, y desde allí en adelante, en alguna medida ya estarán limitadas sus oportunidades.
Más adelante, y especialmente durante los primeros años de vida, el medio ambiente puede tener impactos aun más trágicos e injustos, que pueden limitar grandemente la igualdad de oportunidades. Como un principio general, podemos afirmar que al nacer, cada uno de nosotros trae consigo un determinado potencial genético, que podrá expresarse o no en su totalidad, en la medida que el medio ambiente sea lo suficientemente generoso para que así lo permita. Dicho en otra forma, cuando los factores genéticos y ambientales se combinan adecuadamente, se dan las circunstancias ideales para que el individuo pueda expresar integralmente sus potencialidades genéticas, con lo que se logra el desarrollo integral del ser humano, dándose así las primeras condiciones para alcanzar la igualdad de oportunidades.
En condiciones de pobreza crónica, propias del subdesarrollo, la mayor parte de los individuos se ven limitados en la expresión de sus potencialidades genéticas tanto físicas como intelectuales. Todo ello no solo daña al individuo que sufre estas circunstancias, sino también a la sociedad entera, limitándola en sus posibilidades de progreso y bienestar. Durante el presente siglo, la revolución de los conocimientos ha llevado a la estructuración de una sociedad compleja y altamente tecnificada, que cada vez exige más de los individuos, si estos quieren incorporarse a ella como elementos útiles. Si un porcentaje muy alto de individuos está siendo dañado, no podrán estos integrarse y, como consecuencia, la sociedad entera se entraba y pierde eficiencia, estabilizando así la situación de pobreza y subdesarrollo.
Nuestras investigaciones realizadas, hace más de treinta años en poblaciones marginales de la ciudad, nos permitió detectar un grave daño en un porcentaje muy alto de niños y madres que vivían en esas condiciones. Esto se traducía tanto en un retardo importante del crecimiento, como también en un menor rendimiento intelectual, cuyas secuelas eran difíciles de reparar. Evaluaciones realizadas a lo largo del país de ese entonces, nos permitieron constatar que más del 50% de la población de madres y niños, estaban sufriendo estas limitaciones en diversos grados.
En ello, no sólo la desnutrición era culpable, sino también influía negativamente el ambiente depresivo de la pobreza. Hoy sabemos que el sub mundo de la pobreza daña por si solo al individuo, aún en ausencia de desnutrición, y ello afecta tanto a sus capacidades físicas como intelectuales.
Los primeros años son de enorme importancia. Durante esa época de inmenso aprendizaje, en que el niño comienza su exploración del mundo que lo rodea, se encuentra en un medio ambiente familiar gris y aplastante, que no estimula su imaginación, ni exacerba su curiosidad. Para tener una idea de la restricción intelectual, basta señalar que en aquella oportunidad, encontramos que una madre promedio de una población marginal, usaba solo 180 palabras en su comunicación y conversación diaria. El mundo en esas condiciones es muy restringido, la información ajena a su medio no existe, sus temas de conversación son escasos y se refieren solo a problemas concretos y contingentes, relativos al micro mundo que los rodea. Es limitado el proceso psíquico de abstracción, no hay proyección hacia el futuro e incluso las experiencias pasadas no dejan enseñanza y muy frecuentemente repiten los mismos errores. Las relaciones intrafamiliares son muy primitivas, el afecto es escaso, la imagen del padre no existe o esta muy deteriorada. La relación entre padres e hijos es muy débil. El niño en estas condiciones nace y se desarrolla en un ambiente de inseguridad y carente en absoluto de estimulo, limitando sus posibilidades físicas y psíquicas. Si mas tarde ingresa al sistema escolar, su rendimiento será muy pobre y lo probable es que ni siquiera logre terminar su educación básica.
En aquella época estábamos muy lejos de poder hablar de igualdad de oportunidades. Basta señala que de cada 100 niños que ingresaban a la educación básica, sólo veinte lograban terminarla. Nuestras investigaciones demostraron que la gran causa de esta alta deserción, era la limitación intelectual que impedía que el niño pudiera responder a las exigencias de la educación. Las razones qué la madre daba para explicar el abandono de la escuela, eran muchas y muy variadas, pero inexorablemente aquellos que desertaban del sistema educacional, eran los más dañados física e intelectualmente.
Bien sabemos que en la sociedad actual, quien no sea capaz de terminar, a lo menos la educación básica, carece de oportunidades al ver muy restringida sus posibilidades en la sociedad actual. En el mejor de los casos, sus oportunidades se ven limitadas a un sub-empleo o muy bajos salarios, y en estas circunstancias lo probable es que repitiera el nuevo ciclo de limitaciones por otras generaciones más.
Afortunadamente en nuestro país, durante estos últimos treinta años ha habido avances substantivos. La desnutrición ha sido prácticamente superada, y el daño debido a ella ésta siendo también superado. Basta señalar que en la actualidad el 100% de los niños está siendo capaz de terminar la educación básica. Con todo queda un largo camino por recorrer, ya que aun la pobreza esta presente, lesionando y restringiendo la posibilidad de igualdad de oportunidades.
En la actualidad aún son muchos los que no tienen una real igualdad de oportunidades frente a las necesidades de calidad tanto en salud como educación. Se está logrando en gran medida preservar el daño que la pobreza crónica y la desnutrición produce durante los primeros años de vida, pero aún así, las expectativas finales de esos grupos sociales son reducidas.
Tal vez no lleguemos nunca a una real igualdad de oportunidades para todos, pero tenemos que seguir en el esfuerzo de acortar distancias. En la medida que lo hagamos, nos acercamos a la justicia social. Como consecuencia, y en la misma medida, estamos construyendo la cultura de la paz.
Las oportunidades que debemos buscar, no caen del cielo. Hay que generarías. Sería un error buscar la igualdad de oportunidades en la homogenización de la pobreza. El hombre ha aprendido a controlar los riesgos que hacían su vida insegura, mientras que por otra parte, los avances del conocimiento le han permitido llegar a disfrutar de tiempo libre para la convivencia, el ocio, los deportes o la cultura. La igualdad de oportunidades, debe también tener como fin, el satisfacer estas expectativas, que ya son parte del acervo logrado por el conocimiento humano.
Es decir, simultáneamente debemos tratar de acercarnos a la igualdad de oportunidades, y al progreso que el conocimiento nos está permitiendo. Si somos capaces de crear esta condición, se estarán dando también las condiciones para el desarrollo humano, dentro de una sociedad justa y en paz.
Dr. Fernando Mönckeberg Barros